Ivette Celi Piedra
Una serie de objetos representativos de una cultura, dispuestos uno al lado de otro, organizados bajo un criterio común, forman parte de lo que conocemos como Museo. Estos determinan un recorrido en el que confluyen una serie de mecanismos de interacción para que las personas tengan la posibilidad de conocerlas y comprender su significado, haciendo de la visita una experiencia. A los bienes culturales que forman parte de un museo se les llama colecciones y su importancia da paso a otros componentes que hacen de este espacio un lugar donde se comparte la memoria.
Las colecciones son el alma del museo y justamente son las que le otorgan su identidad. Pueden ser de arte, historia, arqueología, de carácter etnográfico, científico o de cualquier tema que determine el sentido de su clasificación. Según James Clifford, el ser humano tiende a coleccionar objetos representativos de su entorno y sus formas de clasificación determinan ideologías, escenarios políticos, aspectos sociales, económicos y culturales.
La colección del museo del Prado de Madrid, por ejemplo, para muchos especialistas, es catalogada como la pinacoteca más importante del mundo, se formó en los albores de la ilustración, bajo el reinado de Carlos III en el siglo XVIII, pero fue en el siglo XIX con el interés de Fernando VII en que se dio apertura pública a las colecciones reales españolas. Sin embargo, la ocupación de las tropas napoleónicas en España y posteriormente la Guerra Civil, acarrearon problemas, especialmente de índole económico, que limitaron su funcionamiento hasta el siglo XX en que la demanda ciudadana logró destinar una mayor atención al museo y sus contenidos.
Visitar el Museo Nacional del Prado, se convierte en una experiencia por sí sola, la mayoría de veces en que una persona puede recorrer sus salas, no cuenta con muchas herramientas de contenido, excepto por los cedularios y trípticos informativos que arrojan datos específicos de las obras y ubican al visitante en tiempo y espacio. Puede ser porque recorrer todo el museo en un solo día limita en gran medida la facultad de transmisión de información que el sitio puede proporcionar. Una visita turística, es muy distinta a un recorrido didáctico. Quienes hacen turismo sabrán que al recorrer un museo sólo se obtiene un barrido breve de la riqueza cultural de una sociedad, pero que con más tiempo, el visitante puede establecer una relación de cercanía con el museo y acrecentar su curiosidad por saber más de los bienes que se exhiben.
Es lo que pasa cuando se visita el Prado, la primera vez representa un abreboca que impacta a los sentidos, las siguientes, se convierten en experiencias de vida, que en muchos casos moldean aficiones, levantan pasiones, impulsan profesiones y hasta determinan formas de vida. Volver al museo entonces, se convierte en un pendiente que en algún momento deberá cumplirse.
Una de las tantas salas del Prado, alberga un óleo de gran formato, enmarcado con madera tallada y ricamente decorada. A simple vista, no llama la atención, pese a que es uno de los tesoros del museo que compite con la sección de los horrores de la guerra de Goya, las pinturas de los clásicos flamencos, Rembrandt, Rafael, el Greco o Zurbarán. Sin embargo, es una de las obras más estudiadas del Prado y a la que el tratadista español Antonio Palomino, autor del Museo Pictórico y la Escala Óptica (1726) denominó Las Meninas, de Diego Velázquez.
Pintada en 1656, Las Meninas anuncian un cambio de época hacia la modernidad. Catalogada como uno de los primeros selfies de la historia, es una de las favoritas del itinerario didáctico del Museo del Prado. Optar por la explicación especializada de esta obra dentro de las ofertas educativas del museo, es casi un paso obligado. Posiblemente porque en ella se pueden dilucidar muchos aspectos de la historia del arte europeo y además porque, a partir su comprensión, se suman la curiosidad y el deseo de descubrir qué hay detrás del resto de bienes que alberga el museo.
Diego Velázquez, pintor de cámara de la monarquía española, crea con Las Meninas una ventana de fantasía que permite al espectador entrar hacia el mundo de la realeza y compartir junto a ella una escena cotidiana. El centro de la atención recae en la Infanta Margarita de Austria, hija del rey Felipe IV de España y de Mariana de Austria, quien interrumpe el escenario en que los reyes están siendo retratados por Velázquez. De acuerdo a lo descrito por Palomino, todos los personajes son identificados: Junto a la Infanta, sus meninas (nombre portugués que se les otorgaba a las acompañantes reales), María Agustina Sarmiento e Isabel de Velasco. Al lado izquierdo se observan a los enanos Mari Bárbola y Nicolasito Pertusato este último nombrado Ayuda de Cámara del rey. Detrás de las meninas está su dama de honor Doña Marcela Ulloa y junto a ella, su guardadamas. En último plano al pie de la puerta de ingreso al salón se puede observar al aposentador real José Nieto. La figura de Diego Velázquez es la que más ha despertado interés sobre el estudio de esta obra, pues se autorretrata cerca de la Infanta Margarita con un enorme lienzo que supuestamente retrata la figura de los reyes Felipe IV y Mariana de Austria, cuyo reflejo se puede observar en el espejo que se ubica al fondo de la sala. Para hacer aún más cotidiana la escena, un mastín español, casi adormecido, acompaña a los niños.
Más allá de la conservación de las colecciones de un museo, esta institución tiene por finalidad enriquecer el interés de las personas por comprender las expresiones artísticas, los contextos históricos, las representaciones simbólicas, las formas de clasificación y las diversas lecturas que se pueden obtener de una obra de arte. La base, es la colección misma, pero ¿Quién determina su importancia? ¿Qué fundamentos hacen que se conserve en el tiempo? Si no existiera la oferta museal que acompaña la lectura de Las Meninas, muchas personas se quedarían sin la posibilidad de conocer a fondo su significado y la pintura pasaría desapercibida. Sin embargo, numerosos estudios realizados como parte del deber ser del museo hacen de este espacio un centro de transferencia de conocimientos del arte europeo y una de las infraestructuras culturales más importantes del mundo.
Saber quiénes son los personajes de un cuadro, dónde fue pintado y su técnica son cosas básicas que podríamos obtener fácilmente en el recorrido museal, entonces ¿qué hace de Las Meninas una obra excepcional? El estudio de las colecciones proporciona información más exhaustiva para que los visitantes tengan libre acceso a esos conocimientos. Como habíamos dicho, impulsar la curiosidad de las personas por conocer más sobre una colección hace que la institución se mantenga viva y por tanto se formulen nuevos retos en cuanto a recursos educativos, de comunicación, interactivos, lúdicos y tecnológicos.
La guía especializada del Museo del Prado, está formada por expertos investigadores e historiadores del arte de España, cada uno de ellos se convierte en un erudito en el estudio del arte y su función es motivar al visitante a seguir indagando sobre el universo de posibilidades que ofrecen las colecciones. Además, el museo cuenta con centro de investigaciones científicas cuyo trabajo se ve reflejado en su oferta cultural. En esta guía, se puede conocer que para Velázquez, el cuadro de Las Meninas, no fue únicamente el retrato de la Infanta Margarita, sino que el pintor lo convirtió en una compleja manifestación de los mecanismos de representación que el artista desarrolla de sí mismo y de la familia real, en una condición cotidiana. Pero va más allá, Velázquez asume esa representación propia como una posibilidad de demostrar su importancia en medio del contexto político español.
Al observar el cuadro y con la ayuda de la guía, el espectador puede adentrarse en la escena y hasta analizar rasgos genéticos que evidencian los problemas de consanguinidad de la familia real que pusieron fin a la dinastía de los Austrias años más tarde. La corta estatura de la Infanta Margarita se ve contrastada con la de sus meninas, pero se equipara con el tamaño de los enanos Mari Bárbola -que además sufría de hidrocefalia- y Nicolás Pertusato. La explicación detalla que existen algunas interpretaciones que aseguran el hecho de que Velázquez los incluyó en el cuadro con el propósito de no desmerecer el tamaño de la Infanta Margarita quien sufría del síndrome de Albright, una enfermedad genética que provoca pubertad precoz, baja estatura, enfermedades óseas y que terminó con su vida a los 22 años de edad.
La guía llama la atención de los visitantes cuando se refiere al autorretrato de Diego Velázquez, pues alerta que el pintor lleva en su pecho el símbolo de la Orden de Santiago, una organización nobiliaria, honorífica y religiosa a la que era muy difícil ingresar. Para ello, el postulante debía demostrar con documentos que él, sus padres y abuelos eran Hidalgos de sangre noble de España y que ninguno de ellos había realizado trabajos manuales como medio de subsistencia. Además debía comprobar no tener ningún tipo de descendencia judía, musulmana, herejes o conversos, entre otros requisitos que autentificaban su fe en la iglesia católica. Diego Velázquez no logró aprobar su ingreso a la Orden al momento de pintar Las Meninas, sin embargo por solicitud directa del Rey Felipe IV, el Papa Alejandro VII otorgó la dispensa, permitiéndole su ingreso. Esto se produjo tres años después de haber pintado el cuadro de Las Meninas. Entonces la guía interpela al público ¿Cómo puede ser posible que Velázquez aparezca con el emblema de Santiago?
El retrato pictórico, antes de la fotografía, revela eventos, procesos históricos y situaciones específicas cuya importancia merece ser recordada. Para muchos estudiosos, la pintura podría ser usada como documento histórico, sin embargo, en muchos casos su rigurosidad quedaría al margen de la duda. Diego Velázquez murió pocos meses después de haber obtenido su ingreso a la Orden de Santiago, por tanto se presume que el emblema fue pintado posteriormente. Lo que no se sabe, confiesa la especialista, es si fue el mismo artista quien integró este detalle en su obra o fue por orden misma de Felipe IV que en honor al pintor ordenó colocarla.
Para finalizar la explicación, la guía hace referencia al taller en el que Velázquez trabajaba en sus pinturas. Era una de las habitaciones del antiguo Alcázar de Madrid, actual Palacio Real. El sitio en el que el pintor retrata a los reyes era el denominado cuarto del príncipe, que posterior a la muerte de Velázquez fue la habitación destinada a los pintores de cámara del rey. La cantidad de pinturas que cuelgan de las paredes dan la idea de que se trata del estudio del pintor y una ventana al lado izquierdo permite el paso de la luz que ilumina la escena. Se dice que la habitación real nunca tuvo esa ventana y que Velázquez la incluyó en su cuadro para privilegiar el claroscuro y matizar con sombras la perspectiva hacia el interior. Velázquez permite al espectador tomar el espacio del rey o la reina e integrarlo al cuadro en el momento mismo en que la Infanta Margarita irrumpe en la habitación.
Gracias al museo y sus diversas posibilidades, los secretos del Prado son revelados a sus visitantes y toda la información con respecto a Las Meninas de Velázquez se obtiene a través de los itinerarios didácticos, los cursos y las explicaciones especializadas. Seguro que quien tiene el privilegio de acudir a uno de ellos, se llevará una experiencia inolvidable.
Es que detrás de la colección hay una serie de procesos que se trabajan simultáneamente para lograr transmitir la información que guardan los bienes museales. Los problemas que deben enfrentar los museos actualmente tienen mucho que ver con la guerra mediática y la tecnología que absorbe la atención de los públicos. Por otro lado, está la idea de pensar que a través del show visual se va a captar la atención del visitante, dejando de lado la investigación y la interpretación de las colecciones. En este sentido, es necesario comprender que la base de la institución museal recae en su acervo y que más allá de la responsabilidad de conservarlo y mostrarlo al público, está la necesidad de investigarlo, estudiarlo y transmitir todos esos conocimientos sin necesidad de disfrazar al museo de elementos innecesarios y costosos. Ejemplos plausibles en la administración pública son los que el Museo de la Ciudad de Quito ejecutó con dos de sus exposiciones más emblemáticas “Escenarios para una Patria, paisajismo ecuatoriano” y “Alma mía” ambas, investigaciones de la historiadora del arte Alexandra Kennedy, que mantuvieron una dinámica de guías especializadas similares a las que ofrece el museo del Prado y que lograron amplia acogida de la ciudadanía. Es importante hacer referencia también a los esfuerzos de investigación de la colección del recientemente abierto museo del Carmen Alto, cuya agenda de prácticas relacionadas a su acervo le han posicionado como un ejemplo serio en el campo de la investigación museal. Lastimosamente, todavía un alto porcentaje de museos en nuestro país, no dedican recursos ni humanos ni económicos, a la investigación.
No es imprescindible la inversión de grandes sumas de dinero para la activación de un museo, pues cualquier recurso visual puede verse opacado si no se logra transmitir la información correcta, así como tampoco se puede esperar haber investigado toda la colección para comenzar a transmitir contenidos especializados. Es posible que ningún museo en el mundo haya logrado investigar la totalidad de su acervo, pero el trabajo constante en este ámbito asegura una fuente inagotable de recursos y novedades para los visitantes. Por ello, los retos que enfrentan los museos hoy en día, ya no solamente entran en el ámbito de la actualización tecnológica o de la competencia contra el cine, la televisión, los video juegos y los centros comerciales, sino en promover procesos sostenidos de recuperación de las memorias a través de la transmisión de contenidos que han sido profundizados por especialistas dedicados al estudio de las colecciones.
En ello, la profesionalización de los trabajadores de museos es un punto clave que debe tomarse en cuenta como política pública, pues para lograr la esperada revolución cultural, el Estado debe promover acciones que otorguen a los espacios donde se resguarda la memoria su carácter emblemático. Así como el Prado es para España un recurso ilimitado de conocimiento de la historia, nuestro país debe considerar a sus museos como escenarios de promoción de sus identidades diversas. No es una tarea fácil pero es un paso necesario, puesto que de nada sirve incorporar en el museo un espectáculo de luces y sonido cuando una colección ha sido vaciada de contenidos, cuando no existen especialistas en el estudio de los bienes culturales o cuando no podemos garantizar la sostenibilidad de los repositorios.
Las buenas prácticas museales en el mundo no solamente garantizan una comunidad conocedora e identificada con su cultura, sino que son activadores de importantes fuentes de trabajo y recursos económicos a través del turismo y la promoción de sus referentes culturales. Sabemos que el museo, como institución, ha tenido que enfrentar abandonos sistemáticos, que se desprenden de la priorización de otras necesidades que dejan de lado su atención, pero basta iniciar con una promoción adecuada y sobretodo técnica que garantice la calidad del servicio museal, para que las demandas de información promuevan su sostenibilidad a largo plazo. Hay mucho por reflexionar, estamos en un tiempo en que la competencia por la magnificación de los espacios de concurrencia masiva hacen que se descuide el verdadero sentido con el que muchos repositorios de memoria fueron creados. Las instituciones juegan a ser parques de diversiones limitando las posibilidades de investigación y estudio, prácticas que deben ser primordiales y cotidianas, puesto que más allá de la colección existe un universo de temas por descubrir.
*Artículo elaborado para el Suplemento Cultural CartóNPiedra de El Telégrafo de Ecuador (mayo 2014)